Una curiosa anécdota que en 1885 le ocurrió a su padre (un general mambí) en Ciénaga de Zapata, sirvió como punto de partida para que la escritora Dulce María Loynaz (1902-1997) reflexionara en torno a esa gran novela que se llama Historia del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.
La poeta cubana señalaba, de manera específica, los grandes valores humorísticos de esa obra universal. Lo hizo durante el discurso que pronunciara en 1993 al recibir oficialmente el Premio Cervantes de Literatura.
Al publicarlo en Cuba, Dulce María lo tituló “La risa, cuando puede participarse, hermana a los hombres”. A continuación, reproducimos algunos de sus más interesantes fragmentos:
“En su libro Memorias de la Guerra cuenta mi padre, el general Enrique Loynaz del Castillo, cómo, recorriendo la Ciénaga de Zapata durante la campaña de 1885, vino a dar a un claro del bosque donde un oficial del ejército español dormía con la cabeza apoyada en un libro. Al ruido de pisadas en las hojas secas despierta el durmiente que viéndose sorprendido escapa dejando abandonados en el suelo un estuche de cuero y el libro que le sirviera de almohada. Mi padre recoge ambas cosas, entrega al oficial que le acompaña el estuche donde brillaba la rica joya y retiene el libro en cuya cubierta empieza a leer: Historia del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha por don Miguel de Cervantes y Saavedra.
Continuando la marcha por la inhóspita zona, mi padre y sus compañeros se extravían y tras caminar un buen trecho, rendidos de fatiga, se sientan en el tronco de un árbol derribado. Mi padre abre el libro y empieza a leer para sí, y luego se interrumpe con risa que no ha podido contener.
-¡Siga, siga riendo! -dicen los otros-, que esa risa nos hace pensar que ya usted encontró el modo de salir de este infierno-. Mi padre vuelve a leer el párrafo que provocó su hilaridad, esta vez en voz alta. Y todos ríen juntos, como si, en efecto, ya vieran resuelta la angustiosa situación.
La risa, cuando puede participarse, hermana a los hombres. Por otra parte no es difícil llorar en soledad y, a cambio, es casi imposible reír solo.
La risa es una sustancia casi volátil, quiero decir difícil de conservar. Lo que hacía reír a nuestros abuelos ya hoy no nos hace reir (...)
Por eso considero importante detenerme en resaltar esta faceta del libro inmortal (...)
Mi padre lee algunos pasajes del Quijote y ríe. Pero, ¿dónde se encontraba mi padre?, en la más difícil de las situaciones, perseguido y extraviado en plena selva tropical. Las condiciones no podían ser más adversas y, sin embargo, mi padre ríe tan espontáneamente que su risa es contagiada a sus compañeros. ¿Quién hizo el milagro? Un hombre que vivió hace cuatrocientos años y lo suscitó con palabras escritas en un papel.
A lo largo de los siglos este libro ha sido leído, releído y comentado. Es difícil hallar otro con tanta repercusión en los hombres de distintos tiempos y distintos países (...)
Hay quien pretende que Cervantes solo se propuso ridiculizar y por tanto erradicar los libros de caballería tan en boga en su tiempo. Rechazo esta tesis: Me parece que rebaja el mérito del gran escritor y de la gran obra.
Equivaldría a decir que Cervantes apuntó a una codorniz y cobró un águila real.
Nunca me he afiliado a las teorías casuales, creo que en todo hay un origen y un propósito (...)”
La poeta cubana señalaba, de manera específica, los grandes valores humorísticos de esa obra universal. Lo hizo durante el discurso que pronunciara en 1993 al recibir oficialmente el Premio Cervantes de Literatura.
Al publicarlo en Cuba, Dulce María lo tituló “La risa, cuando puede participarse, hermana a los hombres”. A continuación, reproducimos algunos de sus más interesantes fragmentos:
“En su libro Memorias de la Guerra cuenta mi padre, el general Enrique Loynaz del Castillo, cómo, recorriendo la Ciénaga de Zapata durante la campaña de 1885, vino a dar a un claro del bosque donde un oficial del ejército español dormía con la cabeza apoyada en un libro. Al ruido de pisadas en las hojas secas despierta el durmiente que viéndose sorprendido escapa dejando abandonados en el suelo un estuche de cuero y el libro que le sirviera de almohada. Mi padre recoge ambas cosas, entrega al oficial que le acompaña el estuche donde brillaba la rica joya y retiene el libro en cuya cubierta empieza a leer: Historia del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha por don Miguel de Cervantes y Saavedra.
Continuando la marcha por la inhóspita zona, mi padre y sus compañeros se extravían y tras caminar un buen trecho, rendidos de fatiga, se sientan en el tronco de un árbol derribado. Mi padre abre el libro y empieza a leer para sí, y luego se interrumpe con risa que no ha podido contener.
-¡Siga, siga riendo! -dicen los otros-, que esa risa nos hace pensar que ya usted encontró el modo de salir de este infierno-. Mi padre vuelve a leer el párrafo que provocó su hilaridad, esta vez en voz alta. Y todos ríen juntos, como si, en efecto, ya vieran resuelta la angustiosa situación.
La risa, cuando puede participarse, hermana a los hombres. Por otra parte no es difícil llorar en soledad y, a cambio, es casi imposible reír solo.
La risa es una sustancia casi volátil, quiero decir difícil de conservar. Lo que hacía reír a nuestros abuelos ya hoy no nos hace reir (...)
Por eso considero importante detenerme en resaltar esta faceta del libro inmortal (...)
Mi padre lee algunos pasajes del Quijote y ríe. Pero, ¿dónde se encontraba mi padre?, en la más difícil de las situaciones, perseguido y extraviado en plena selva tropical. Las condiciones no podían ser más adversas y, sin embargo, mi padre ríe tan espontáneamente que su risa es contagiada a sus compañeros. ¿Quién hizo el milagro? Un hombre que vivió hace cuatrocientos años y lo suscitó con palabras escritas en un papel.
A lo largo de los siglos este libro ha sido leído, releído y comentado. Es difícil hallar otro con tanta repercusión en los hombres de distintos tiempos y distintos países (...)
Hay quien pretende que Cervantes solo se propuso ridiculizar y por tanto erradicar los libros de caballería tan en boga en su tiempo. Rechazo esta tesis: Me parece que rebaja el mérito del gran escritor y de la gran obra.
Equivaldría a decir que Cervantes apuntó a una codorniz y cobró un águila real.
Nunca me he afiliado a las teorías casuales, creo que en todo hay un origen y un propósito (...)”
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