En el transcurso del aun temprano siglo XXI, se han publicado unos quince libros de cuentos para adultos, concebidos por escritores nacidos o residentes en la provincia de Matanzas, en su mayoría bastante jóvenes y por tanto, hecho lógico, enfrascados en una lucha inicial por definir sus voces, sus estilos.
Tal ‘abundancia’ contrasta con la última década del siglo XX, momento en el que (debido sobre todo a las carencias materiales del llamado período especial) se produjo una profunda sequía editorial. Por suerte, al menos dejó dos volúmenes recordables: El gran mundo, de Alberto Abréu, y Cuentos de sombras, de Aramís Quintero.
Otra historia es la del siglo XXI, sobre todo porque trajo una “apoteosis de la palabra impresa”, como denominara el poeta Reynaldo García Blanco al nuevo panorama editorial planteado en 2000, tras el surgimiento del Sistema de Ediciones Territoriales, apoyado en las posibilidades de la tecnología de impresión digital RISOGRAF.
Como en el resto de las provincias, Matanzas contó así con una casa editora para difundir las producciones literarias de los autores locales, hasta ese momento atados de manos pues les era complejo acceder a las también deprimidas editoriales nacionales.
Aunque pudiera decirse que la poesía, la literatura infantil y la investigación histórica son los géneros más publicados desde esa etapa, los narradores también han aprovechado bien esa oportunidad.
Entre otros volúmenes de narraciones breves, en este nuevo siglo han salido a la luz: Asunto de familia (Ediciones Matanzas –EM-, 2001), de José de Jesús Márquez, Cuentos no velados (EM, 2003), de Eugenio Leiva Elías, y La anunciación (EM, 2002), de Pijín Pastrana Acosta, cuyas propuestas, si bien poseen logros parciales no son de las más significativas, debido sobre todo a desbalances tanto en el orden estilístico como en el abordamiento de los temas.
De manera indudable, textos de mayor calibre en su concepción estética integral resultan: Agua de Lavanda (EM, 2005), de Elvira García Mora, Paisajes en el borde (Ediciones Aldabón, 2005), de Isnalbys Crespo, y Variaciones de Claroscuro (EM, 2005), de José Rodríguez Menocal.
En los tres casos, hay ya voces, estilos, poéticas bien definidas y que saben indagar a fondo, con pericia y perspicacia, en las zonas cognoscitivas en las cuales se mueven. Pudiera señalársele, sobre todo a Paisajes... y a Variaciones..., la diferencia de calidades que existe entre algunas de las narraciones, lo cual va en contra del libro como todo, como producto artístico página a página, renglón a renglón, palabra a palabra.
En ese sentido, quizás las propuestas ‘más completas’, y la vez las más significativas, sean dos presentadas en 2003 por Ediciones Aldabón: Música de fondo, de Daneris Fernández, y Confesiones on line, de Mabel Rodríguez Cuesta.
Si bien cada uno asume el hecho literario desde perspectivas escriturales bien alejadas, es común para ambos casos la sutileza a la hora de resolver las disyuntivas que frente a la vida cotidiana se plantean sus personajes.
Daneris lo hace desde una visión más clásica, cercana a Hemingway, a la literatura norteamericana; Mabel se presenta ‘menos convencional’, y en cierta forma recordando a la Nathalie Sarraute de Tropismos.
Acaso constituya eso: la diversidad estilística (a lo que se debe agregar también la temática), uno de los aspectos esenciales que han dado perfil distintivo a la labor de los orfebres de la cuentistica matancera en estos albores del siglo XXI.
Tal ‘abundancia’ contrasta con la última década del siglo XX, momento en el que (debido sobre todo a las carencias materiales del llamado período especial) se produjo una profunda sequía editorial. Por suerte, al menos dejó dos volúmenes recordables: El gran mundo, de Alberto Abréu, y Cuentos de sombras, de Aramís Quintero.
Otra historia es la del siglo XXI, sobre todo porque trajo una “apoteosis de la palabra impresa”, como denominara el poeta Reynaldo García Blanco al nuevo panorama editorial planteado en 2000, tras el surgimiento del Sistema de Ediciones Territoriales, apoyado en las posibilidades de la tecnología de impresión digital RISOGRAF.
Como en el resto de las provincias, Matanzas contó así con una casa editora para difundir las producciones literarias de los autores locales, hasta ese momento atados de manos pues les era complejo acceder a las también deprimidas editoriales nacionales.
Aunque pudiera decirse que la poesía, la literatura infantil y la investigación histórica son los géneros más publicados desde esa etapa, los narradores también han aprovechado bien esa oportunidad.
Entre otros volúmenes de narraciones breves, en este nuevo siglo han salido a la luz: Asunto de familia (Ediciones Matanzas –EM-, 2001), de José de Jesús Márquez, Cuentos no velados (EM, 2003), de Eugenio Leiva Elías, y La anunciación (EM, 2002), de Pijín Pastrana Acosta, cuyas propuestas, si bien poseen logros parciales no son de las más significativas, debido sobre todo a desbalances tanto en el orden estilístico como en el abordamiento de los temas.
De manera indudable, textos de mayor calibre en su concepción estética integral resultan: Agua de Lavanda (EM, 2005), de Elvira García Mora, Paisajes en el borde (Ediciones Aldabón, 2005), de Isnalbys Crespo, y Variaciones de Claroscuro (EM, 2005), de José Rodríguez Menocal.
En los tres casos, hay ya voces, estilos, poéticas bien definidas y que saben indagar a fondo, con pericia y perspicacia, en las zonas cognoscitivas en las cuales se mueven. Pudiera señalársele, sobre todo a Paisajes... y a Variaciones..., la diferencia de calidades que existe entre algunas de las narraciones, lo cual va en contra del libro como todo, como producto artístico página a página, renglón a renglón, palabra a palabra.
En ese sentido, quizás las propuestas ‘más completas’, y la vez las más significativas, sean dos presentadas en 2003 por Ediciones Aldabón: Música de fondo, de Daneris Fernández, y Confesiones on line, de Mabel Rodríguez Cuesta.
Si bien cada uno asume el hecho literario desde perspectivas escriturales bien alejadas, es común para ambos casos la sutileza a la hora de resolver las disyuntivas que frente a la vida cotidiana se plantean sus personajes.
Daneris lo hace desde una visión más clásica, cercana a Hemingway, a la literatura norteamericana; Mabel se presenta ‘menos convencional’, y en cierta forma recordando a la Nathalie Sarraute de Tropismos.
Acaso constituya eso: la diversidad estilística (a lo que se debe agregar también la temática), uno de los aspectos esenciales que han dado perfil distintivo a la labor de los orfebres de la cuentistica matancera en estos albores del siglo XXI.
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