Está bien claro que Urbano Martínez Carmenate es, si no el mejor, uno de los mejores biógrafos contemporáneos cubanos. Tiene una biografía singularmente notable: Domingo del Monte y su tiempo (reeditada el pasado año), y tiene además una labor sostenida que ha brindado acercamientos necesarios y acertados a figuras como José Jacinto Milanés, Bonifacio Byrne, Nicolás Heredia, Carilda Oliver Labra y Federico García Lorca.
Además de biógrafo, es investigador e historiador. En ese sentido destaca el libro Atenas de Cuba: del mito a la verdad, también reeditado el pasado año por Ediciones Unión. Y existe otra faceta de Urbano que es poco conocida, pues la ha mantenido hasta ahora casi en secreto, y totalmente inédita: escribe cuento y poesía.
En esta ocasión, nos referiremos específicamente a su incursión en la biografía, donde cada uno de sus textos sobresale no solo por la originalidad de las reorganizaciones, de las interpretaciones de las existencias de cada uno de estos personajes, sino además por el agradable modo en que están escritos: domina a fondo el trabajo con la palabra.
Trabajo. No se puede obviar este término en su caso. Trabajo para reunir dato a dato tantas vidas, tantas épocas. Trabajo para luego hacer renacer todo eso que ya fue, mediante la escritura: buscando su perfección reelabora —cuando menos— dos veces cada página, aunque de algunos capítulos ha hecho tres y hasta cinco versiones.
¿De qué manera eliges las figuras en las que vas a profundizar? ¿Cómo llevas a cabo la investigación?
No escojo cualquier personaje para biografiarlo. ¿Requisitos? No ser de una pieza, tener complejidad, contradicciones, secretos y misterios. Decidido el personaje, hago entonces el proyecto, el plan de trabajo, concebido para tres años, por lo general. Cada libro lleva su plan, su estrategia, su batalla. Una primera jornada es de búsqueda de información, de investigación; una segunda es de análisis, de decantación; la tercera y última jornada es la de la escritura. Pero antes de escribir preciso concebir la estructura en la mente. A esto último dedico el tiempo y la atención que nadie imagina.
Ya que habla de estructuras, recuerdo que en algunas ocasiones has dicho que una biografía tiene mucho parecido con una novela.
La biografía es una novela cuyo argumento y personajes no inventa el autor. Pero no significa que prescindamos de la imaginación. Muy por el contrario, necesitamos imaginación para llenar huecos, lagunas, momentos en que hace falta la información. También es necesario dominar las técnicas narrativas. Un biógrafo tendrá que narrar escenas, interpretar caracteres, describir atmosferas humanas, presentar épocas y espacios... Como escritor debe tener sus habilidades, su experiencia y su bagaje cultural.
En fin una biografía se parece bastante a una novela histórica.
La mayor parte de las biografías que has publicado tienen el siglo XIX como telón de fondo. ¿Es la etapa que más te agrada?
Sí. Pero aquí hay que ver un problema solo de preferencia. He trabajado el siglo XX y me ha resultado fascinante. Pero tengo un gusto en especial por los tiempos coloniales. Me agrada reconstruir las costumbres de esos periodos tan lejanos que dependen en lo esencial de documentos rotos por las polillas. Se trata además de procesos tan lejanos en el tiempo, que siempre trae consigo el hallazgo sorpresivo, la fascinación de lo curioso, lo extraño y lo extravagante. Me interesa más que los otros periodos, próximos a lo contemporáneo.
Ahora bien, independientemente de que prefiera la época colonial, al profundizar con cualquiera de mis personajes me he apasionado de igual modo. En cierto modo he vivido con ellos, me he identificado plenamente con ellos
¿Te has identificado plenamente con ellos?
El buen biógrafo, cuando tiene un personaje en el tintero, sueña y vive con él día a día. Es increíble cómo uno llega a amar a su personaje de tal manera, con tal pasión, que se identifica con el de una forma increíble. No solo el biógrafo se llena de su biografiado; a la vez, el biografiado invade los espacios del biógrafo. Es un proceso interesante, el poder de una gran pasión. Y es encantador ver cómo se va revelando esa figura desconocida, poco conocida, medianamente conocida, hasta volvérsenos u personaje familiar, un pariente. Por todos mis personajes he sentido lo mismo.
Te voy a contar algo gracioso de cuando yo preparaba el libro de Milanés. Ocurrió en el Museo Palacio de Junco, donde yo trabajaba como investigador desde entonces. Un grupo de jóvenes iba saliendo de un recorrido y luego de pasarme por el lado, uno de ellos se viró y le dijo a los otros: “Miren eso, es igualito a Milanés, ¡cómo se parece!”. Era verdad. Tenía barba y casi sin darme cuenta me había dejado el pelo largo, como Milanés. Capaz que hasta tuviera la expresión de Milanés pues en esos tiempos, mediados de los años ochenta, constantemente estaba pensando en lo que él podría pensar de cada cosa, de cada situación en la que se viera envuelto.
Acabas de confesar tu identificación con los personajes estudiados, y sin embargo en otras ocasiones has dicho que resulta esencial tener objetividad a la hora de acercarse a los biografiados. ¿Has caído en una contradicción?
No, de ninguna forma. La biografía exige pasión, pero no pasión ciega. Es necesario contar con la objetividad suficiente para no aferrarse a extremos. Hay que querer al personaje pero al mismo tiempo vivir siempre sospechando de él, de todos sus actos. Lo peor para un biógrafo, lo único que pudiera noquearlo para siempre, es hecho de sufrir la “traición” de su biografiado. Podrán traicionarlo las fuentes, hasta traicionarse él mismo, pero nunca el exceso de confianza puede empujarlo a dejarse traicionar por su personaje.
Se trata sencillamente de ponerlo en su sitio. Cuando se escoge una figura para ser biografiada es porque su vida merece ser contada, tanto por lo positivo como por lo negativo. Toda personalidad es parte de una historia, y es esa historia lo que más interesa.
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